San Agustín y la fuerza de la oración de una madre
La historia de San Agustín es testimonio vivo del poder de la oración perseverante, especialmente la de una madre por su hijo. Aunque Agustín pasó su juventud lejos de Dios, siguiendo placeres y filosofías del mundo, su madre, Santa Mónica, nunca dejó de rezar por él, entre lágrimas y sufrimientos ofrecidos con fe.
Gracias a esa oración constante, Agustín se convirtió, fue bautizado por San Ambrosio y llegó a ser uno de los grandes Doctores de la Iglesia. Su vida demuestra que ningún hijo está perdido si hay una madre que ora.
Hoy, muchas familias sufren por hijos que han abandonado la fe. La historia de Agustín y Mónica nos recuerda que Dios actúa en silencio, y que ninguna oración amorosa es en vano. Incluso si no se ven los frutos de inmediato, la gracia siempre trabaja en el corazón.
En la fiesta de San Agustín, se nos invita a renovar la esperanza y a perseverar en la oración por la conversión de nuestros seres queridos. Porque, como Santa Mónica, podemos confiar en que Dios sabrá abrir caminos, aun en medio de la oscuridad.
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