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Santa Misa por los fieles difuntos

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Serán presentadas físicamente en el Santuario Mundial de los Fieles Difuntos, este 28 de julio

Artículos

El Cielo según San Juan Bosco

San Juan Bosco relató un sueño que dejó sin aliento a sus jóvenes del Oratorio. De pronto se vio en una inmensa llanura azulada como cristal, llena de jardines indescriptibles: flores y frutos con colores nunca vistos, árboles con hojas de oro y ramas de diamante, resplandeciendo con luz propia.

En medio, surgían palacios tan majestuosos que, según Don Bosco, ni todos los tesoros de la tierra bastarían para construir uno solo. Y mientras contemplaba aquello, escuchó una música celestial: miles de instrumentos y coros unidos en una armonía perfecta que llenaba de gozo.

Entonces apareció Santo Domingo Savio, vestido de blanco y resplandeciente, para decirle que aquello no era aún el Paraíso, sino apenas un reflejo natural de lo que Dios tiene preparado para los justos.

El Cielo es plenitud, maravilla y alegría eterna en Dios. Vale la pena vivir para alcanzarlo

San Agustín y la fuerza de la oración de una madre

La historia de San Agustín es testimonio vivo del poder de la oración perseverante, especialmente la de una madre por su hijo. Aunque Agustín pasó su juventud lejos de Dios, siguiendo placeres y filosofías del mundo, su madre, Santa Mónica, nunca dejó de rezar por él, entre lágrimas y sufrimientos ofrecidos con fe.

Gracias a esa oración constante, Agustín se convirtió, fue bautizado por San Ambrosio y llegó a ser uno de los grandes Doctores de la Iglesia. Su vida demuestra que ningún hijo está perdido si hay una madre que ora.

Hoy, muchas familias sufren por hijos que han abandonado la fe. La historia de Agustín y Mónica nos recuerda que Dios actúa en silencio, y que ninguna oración amorosa es en vano. Incluso si no se ven los frutos de inmediato, la gracia siempre trabaja en el corazón.

En la fiesta de San Agustín, se nos invita a renovar la esperanza y a perseverar en la oración por la conversión de nuestros seres queridos. Porque, como Santa Mónica, podemos confiar en que Dios sabrá abrir caminos, aun en medio de la oscuridad.

San Ignacio de Loyola y la Sangre de Cristo: el Reino fundado en la Redención

San Ignacio de Loyola y la Sangre de Cristo: el Reino fundado en la Redención

San Ignacio de Loyola, cuya fiesta celebramos el 31 de julio, comprendió que el Reino de Cristo no se edifica con poder humano, sino sobre la Sangre redentora derramada en la Cruz. En sus Ejercicios Espirituales, presenta a Cristo como el Rey eterno que conquista corazones no desde un trono, sino desde el Calvario.

Para San Ignacio, seguir a Cristo es una decisión radical: aceptar la Cruz, amar su Sangre y luchar por la salvación de las almas. La Sangre de Cristo no es solo recuerdo del pasado, sino gracia viva, bandera de combate y fundamento del Reino. En su espiritualidad, no hay lugar para neutralidades: se pertenece al Reino del Redentor o se sirve a otro.

La fiesta de San Ignacio es una oportunidad para renovar nuestra entrega, contemplar la Cruz y hacer de la Sangre del Salvador nuestro estandarte en la lucha diaria por la fidelidad, la reparación y la conversión.

San Charbel y su madre: cuando los hijos son para Dios

San Charbel y su madre: cuando los hijos son para Dios

En un mundo donde muchos padres buscan el éxito y la felicidad terrenal para sus hijos, la vida de San Charbel Makhlouf recuerda que los hijos son de Dios. Su madre, Antoinette Zaarour, inicialmente se resistió al llamado de su hijo a la vida religiosa por amor materno, pero Youssef (luego Charbel) siguió el llamado divino en silencio, iniciando una vida de oración, sacrificio y soledad.

Su vida austera y su muerte santa —culminada con signos sobrenaturales como su cuerpo incorrupto y milagros— revelan que el verdadero propósito de ser padres es formar almas para el cielo, no para el mundo. La historia de San Charbel enseña que el mayor acto de amor de unos padres puede ser dejar ir a sus hijos cuando Dios los llama, confiando en que en Dios nunca se pierden, sino que se elevan.

Santo Tomás Apóstol: el que quiso tocar a Cristo… porque lo amaba de verdad

Santo Tomás Apóstol: el que quiso tocar a Cristo… porque lo amaba de verdad

Cada 3 de julio recordamos a Santo Tomás, a menudo llamado “el incrédulo”. Pero su duda no fue frialdad ni falta de fe, sino el clamor profundo de un alma que amaba intensamente a Jesús. No se conformaba con una fe de palabras; necesitaba tocar, ver, abrazar a su Señor resucitado.

Antes de la Pasión, fue él quien dijo con valentía: “Vayamos también nosotros, para morir con Él” (Jn 11,16). Ese no es un incrédulo, sino un apóstol dispuesto a dar la vida.

Cuando pidió ver y tocar las llagas, no fue por arrogancia, sino porque su corazón dolido necesitaba una certeza viva. Y cuando Jesús se le presentó, ya no necesitó pruebas: cayó de rodillas y exclamó: “¡Señor mío y Dios mío!”

Tomás fue transformado por el encuentro. Partió hasta la India, dio su vida por el Evangelio, y se convirtió en faro para quienes, en medio de la duda, buscan a Cristo con el corazón encendido.

Hoy, como él, también podemos tocar a Jesús: en la Eucaristía, en la oración, en la Iglesia. Si tu fe tiembla, no temas. Busca. Y cuando lo encuentres, haz como Tomás: entrégalo todo.

Junio y el Sagrado Corazón de Jesús: una historia que puede transformar su vida

Junio y el Sagrado Corazón de Jesús: una historia que puede transformar su vida

La Iglesia dedica el mes de junio al Sagrado Corazón de Jesús, no como una simple tradición, sino como una invitación viva a redescubrir el amor divino que sigue latiendo hoy. Esta devoción, que tuvo un momento decisivo en el siglo XVII con las visiones de Santa Margarita María de Alacoque, revela a un Cristo que muestra su Corazón traspasado, ardiendo de amor por la humanidad y herido por nuestra indiferencia.

Desde entonces, junio se convirtió en un tiempo especial para contemplar ese amor fiel y reparador. En contraste con una cultura que hoy exalta el ego y rechaza lo trascendente, la Iglesia proclama con firmeza: junio pertenece a Cristo.

Esta devoción no es un recuerdo del pasado, sino una respuesta actual a la soledad, la ansiedad y el vacío de tantos corazones. El Sagrado Corazón no es solo símbolo: es una historia que puede ser suya, aquí y ahora. ¿Está dispuesto a acogerla y dejar que transforme su vida?

El Cielo según San Juan Bosco

San Juan Bosco relató un sueño que dejó sin aliento a sus jóvenes del Oratorio. De pronto se vio en una inmensa llanura azulada como cristal, llena de jardines indescriptibles: flores y frutos con colores nunca vistos, árboles con hojas de oro y ramas de diamante, resplandeciendo con luz propia.

En medio, surgían palacios tan majestuosos que, según Don Bosco, ni todos los tesoros de la tierra bastarían para construir uno solo. Y mientras contemplaba aquello, escuchó una música celestial: miles de instrumentos y coros unidos en una armonía perfecta que llenaba de gozo.

Entonces apareció Santo Domingo Savio, vestido de blanco y resplandeciente, para decirle que aquello no era aún el Paraíso, sino apenas un reflejo natural de lo que Dios tiene preparado para los justos.

El Cielo es plenitud, maravilla y alegría eterna en Dios. Vale la pena vivir para alcanzarlo

San Agustín y la fuerza de la oración de una madre

La historia de San Agustín es testimonio vivo del poder de la oración perseverante, especialmente la de una madre por su hijo. Aunque Agustín pasó su juventud lejos de Dios, siguiendo placeres y filosofías del mundo, su madre, Santa Mónica, nunca dejó de rezar por él, entre lágrimas y sufrimientos ofrecidos con fe.

Gracias a esa oración constante, Agustín se convirtió, fue bautizado por San Ambrosio y llegó a ser uno de los grandes Doctores de la Iglesia. Su vida demuestra que ningún hijo está perdido si hay una madre que ora.

Hoy, muchas familias sufren por hijos que han abandonado la fe. La historia de Agustín y Mónica nos recuerda que Dios actúa en silencio, y que ninguna oración amorosa es en vano. Incluso si no se ven los frutos de inmediato, la gracia siempre trabaja en el corazón.

En la fiesta de San Agustín, se nos invita a renovar la esperanza y a perseverar en la oración por la conversión de nuestros seres queridos. Porque, como Santa Mónica, podemos confiar en que Dios sabrá abrir caminos, aun en medio de la oscuridad.

San Ignacio de Loyola y la Sangre de Cristo: el Reino fundado en la Redención

San Ignacio de Loyola y la Sangre de Cristo: el Reino fundado en la Redención

San Ignacio de Loyola, cuya fiesta celebramos el 31 de julio, comprendió que el Reino de Cristo no se edifica con poder humano, sino sobre la Sangre redentora derramada en la Cruz. En sus Ejercicios Espirituales, presenta a Cristo como el Rey eterno que conquista corazones no desde un trono, sino desde el Calvario.

Para San Ignacio, seguir a Cristo es una decisión radical: aceptar la Cruz, amar su Sangre y luchar por la salvación de las almas. La Sangre de Cristo no es solo recuerdo del pasado, sino gracia viva, bandera de combate y fundamento del Reino. En su espiritualidad, no hay lugar para neutralidades: se pertenece al Reino del Redentor o se sirve a otro.

La fiesta de San Ignacio es una oportunidad para renovar nuestra entrega, contemplar la Cruz y hacer de la Sangre del Salvador nuestro estandarte en la lucha diaria por la fidelidad, la reparación y la conversión.

San Charbel y su madre: cuando los hijos son para Dios

San Charbel y su madre: cuando los hijos son para Dios

En un mundo donde muchos padres buscan el éxito y la felicidad terrenal para sus hijos, la vida de San Charbel Makhlouf recuerda que los hijos son de Dios. Su madre, Antoinette Zaarour, inicialmente se resistió al llamado de su hijo a la vida religiosa por amor materno, pero Youssef (luego Charbel) siguió el llamado divino en silencio, iniciando una vida de oración, sacrificio y soledad.

Su vida austera y su muerte santa —culminada con signos sobrenaturales como su cuerpo incorrupto y milagros— revelan que el verdadero propósito de ser padres es formar almas para el cielo, no para el mundo. La historia de San Charbel enseña que el mayor acto de amor de unos padres puede ser dejar ir a sus hijos cuando Dios los llama, confiando en que en Dios nunca se pierden, sino que se elevan.

Santo Tomás Apóstol: el que quiso tocar a Cristo… porque lo amaba de verdad

Santo Tomás Apóstol: el que quiso tocar a Cristo… porque lo amaba de verdad

Cada 3 de julio recordamos a Santo Tomás, a menudo llamado “el incrédulo”. Pero su duda no fue frialdad ni falta de fe, sino el clamor profundo de un alma que amaba intensamente a Jesús. No se conformaba con una fe de palabras; necesitaba tocar, ver, abrazar a su Señor resucitado.

Antes de la Pasión, fue él quien dijo con valentía: “Vayamos también nosotros, para morir con Él” (Jn 11,16). Ese no es un incrédulo, sino un apóstol dispuesto a dar la vida.

Cuando pidió ver y tocar las llagas, no fue por arrogancia, sino porque su corazón dolido necesitaba una certeza viva. Y cuando Jesús se le presentó, ya no necesitó pruebas: cayó de rodillas y exclamó: “¡Señor mío y Dios mío!”

Tomás fue transformado por el encuentro. Partió hasta la India, dio su vida por el Evangelio, y se convirtió en faro para quienes, en medio de la duda, buscan a Cristo con el corazón encendido.

Hoy, como él, también podemos tocar a Jesús: en la Eucaristía, en la oración, en la Iglesia. Si tu fe tiembla, no temas. Busca. Y cuando lo encuentres, haz como Tomás: entrégalo todo.

Junio y el Sagrado Corazón de Jesús: una historia que puede transformar su vida

Junio y el Sagrado Corazón de Jesús: una historia que puede transformar su vida

La Iglesia dedica el mes de junio al Sagrado Corazón de Jesús, no como una simple tradición, sino como una invitación viva a redescubrir el amor divino que sigue latiendo hoy. Esta devoción, que tuvo un momento decisivo en el siglo XVII con las visiones de Santa Margarita María de Alacoque, revela a un Cristo que muestra su Corazón traspasado, ardiendo de amor por la humanidad y herido por nuestra indiferencia.

Desde entonces, junio se convirtió en un tiempo especial para contemplar ese amor fiel y reparador. En contraste con una cultura que hoy exalta el ego y rechaza lo trascendente, la Iglesia proclama con firmeza: junio pertenece a Cristo.

Esta devoción no es un recuerdo del pasado, sino una respuesta actual a la soledad, la ansiedad y el vacío de tantos corazones. El Sagrado Corazón no es solo símbolo: es una historia que puede ser suya, aquí y ahora. ¿Está dispuesto a acogerla y dejar que transforme su vida?

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La sabiduría de la Iglesia Católica nos enseña cuál es la solución: “piensa en tus Novísimos, y no pecarás eternamente” (Ecl. VII,  40).

Muerte, Juicio, Infierno y Gloria; nuestro propósito es propagar estas verdades eternas. Con su ayuda, podremos hacer que muchas personas, familias, y naciones enteras vuelvan al Dios.

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