Cada 31 de julio, la Iglesia celebra a San Ignacio de Loyola, el gran santo que dejó a España su espada para empuñarla en favor del Reino de Cristo. Fundador de la Compañía de Jesús, infatigable apóstol, maestro espiritual de generaciones, su nombre está unido a la lucha más santa: la conquista de las almas para Jesucristo, Rey del Universo.
Pero para San Ignacio, este Reino no es una abstracción, ni una metáfora espiritual. Es un Reino fundado sobre la Sangre redentora del Salvador, la Sangre derramada en la Cruz, por la cual cada hombre puede ser rescatado del pecado y entrar en la amistad de Dios.
Un Reino que nace del Calvario
En los Ejercicios Espirituales, San Ignacio invita al alma a contemplar el misterio del Reino de Cristo. Pero lo hace desde una perspectiva de combate y de redención. Cristo es el Rey eterno que sale al encuentro del hombre, no en un trono de oro, sino en la Cruz, con la Sangre corriendo por su cuerpo llagado.
Y es esa Sangre, y no otra, la que es la base misma de su reinado. No se trata simplemente de seguir a un maestro o de admirar a un líder. Se trata de responder al llamado del Rey que ha conquistado con Sangre nuestra libertad, y que nos invita a seguirle en su misma senda de entrega, de sacrificio y de fidelidad.
“Cristo es Rey porque nos redimió a costa de su propia Sangre”, explica el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira. “De tal manera que la Redención es el acto en el cual el Reino fue fundado, y su fundamento es precisamente la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.”
La Sangre como bandera de combate
San Ignacio no invita a una devoción sentimental. Su espiritualidad es ardiente, pero no blanda. Exige elección, decisión, lucha. Y el punto de partida es siempre la Cruz. La Sangre del Rey es la bandera que se alza en el campo de batalla. No hay neutralidad posible: o se está bajo esa bandera, o se sirve a otro reino, el de la tiniebla y la mentira.
La Sangre de Cristo, para San Ignacio, no es sólo un acto pasado. Es una gracia viva que clama, que transforma, que reclama corazones enteros. El alma que contempla la Pasión se ve confrontada con una verdad indeclinable: todo lo que soy y tengo, lo recibí de esa Sangre. ¿Cómo no rendirme por entero?
“Por eso San Ignacio comienza la meditación sobre el Reino diciendo que Nuestro Señor Jesucristo fue al campo de batalla —el mundo— y redimió a todos los hombres a costa de su Sangre. Esta expresión está puesta al comienzo para mostrar que todo se basa en eso”, enseña el Dr. Plinio.
Responder al llamado del Rey
La vida cristiana, según San Ignacio, comienza cuando el alma oye la voz del Rey, que dice: “El que quisiere venir conmigo, ha de trabajar conmigo, porque siguiéndome en la pena, también me seguirá en la gloria.”
¿Y cómo se trabaja con Cristo? ¿Cómo se le sigue en la pena? Aceptando llevar la Cruz, amando su Sangre, viviendo en reparación y en combate por la salvación de las almas. No hay otro camino. No hay cristianismo sin Cruz. No hay Reino sin Sangre.
Por eso, cada alma devota debe preguntarse: — ¿Está la Sangre de Cristo presente en mi vida diaria? — ¿La venero con oración y gratitud? — ¿La invoco como mi defensa, mi refugio, mi consuelo?
Un compromiso en la fiesta de San Ignacio
En este día de su fiesta, honremos al santo que no temía hablar de la Sangre, ni temía llamar a los hombres a seguir al Rey sangrante. Volvamos nuestra mirada a la Cruz. Entreguemos nuestro corazón al Corazón abierto del Salvador. Y hagamos de su Sangre nuestro estandarte.
📥 [Descargue aquí la Novena a la Preciosísima Sangre de Cristo]
