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El Cielo según San Juan Bosco

Un sueño que enciende el deseo de la eternidad.

Una pregunta que todos llevamos dentro

¿Alguna vez se ha preguntado cómo será el Cielo?

Como católicos, a veces nos es más fácil pensar en el Infierno: un lugar de sufrimiento, dolor y pérdida eterna de Dios. Esa imagen nos ayuda a evitar el pecado y buscar la gracia.

Pero cuando tratamos de imaginar el Cielo, muchas veces nos quedamos cortos. Pensamos en nubes, ángeles cantando eternamente, y hasta corremos el riesgo de imaginarlo como algo monótono. Sin embargo, la realidad es totalmente diferente. El Cielo no es aburrido: es plenitud, belleza, alegría inagotable y el encuentro definitivo con Dios.

Para ayudarnos a comprenderlo, Dios regaló a San Juan Bosco —padre y maestro de la juventud— un sueño extraordinario en el que contempló un adelanto de la eternidad. Sus palabras nos permiten atisbar lo que nos espera si perseveramos en la Fe.

Un paisaje que supera la imaginación

Don Bosco relató que, en la noche del 6 de diciembre, se vio en un lugar elevado, contemplando una llanura inmensa que no alcanzaba con la vista. Era como un mar de cristal que brillaba suavemente, atravesado por jardines y paseos de indescriptible belleza.

“Las hierbas, las flores, los árboles y las frutas eran vistosísimas y de bellísimo aspecto.
Las hojas eran de oro, los troncos y ramas de diamante, y cada flor resplandecía con luz propia.”

Imagínese caminar entre árboles de oro y diamante, en un ambiente donde cada color y cada aroma superan a todo lo que conocemos en la tierra. Un lugar donde la creación entera parece cantar la gloria de Dios.

En medio de esos jardines se alzaban palacios magníficos, de tal hermosura que, según Don Bosco, ni todos los tesoros del mundo habrían bastado para construir uno solo.

La música del Paraíso

Pero si la vista era sobrecogedora, aún más lo era el oído.

“Eran cien mil instrumentos que producían cada uno un sonido distinto, y todos juntos difundían la más grata armonía. A esto se unían los coros de los cantores… Ninguna comparación humana puede describir tal armonía.”

Cada nota era perfecta, y lo más impresionante: al cantar, cada uno sentía un gozo inmenso no solo en su propia voz, sino en escuchar a los demás. Era una alegría compartida, que crecía cuanto más se cantaba y se escuchaba.

El encuentro con Santo Domingo Savio

Entre aquella multitud luminosa apareció Santo Domingo Savio, discípulo querido de Don Bosco. Se adelantó con una sonrisa y vestido de una túnica resplandeciente, “cuajada de diamantes y tejida en oro”, con una faja roja símbolo de sacrificio y pureza.

Domingo explicó a Don Bosco que lo que veía no era aún el Cielo en su plenitud, sino apenas el Cielo Empíreo, donde brillaban bienes naturales perfeccionados por Dios. El Paraíso verdadero —añadió— es mucho más grande: allí el alma goza de la visión de Dios mismo, algo que ningún ojo humano puede soportar mientras esté en esta vida.

“No hay ojo mortal que pueda ver las bellezas eternas… Lo único que se puede decir es que en el Paraíso se goza de Dios, y esto es todo.”

Una centella de luz

Para mostrarle un poco más, Domingo le señaló al horizonte. De repente apareció un rayo de luz finísimo, “más brillante que cien millones de soles juntos”. Apenas verlo, Don Bosco gritó, sobrecogido por su fulgor.

Y aun así, Domingo le aclaró: no era la luz sobrenatural del Paraíso, sino apenas un destello natural elevado por Dios. La gloria eterna será infinitamente superior.

Una meditación para nosotros

El sueño de San Juan Bosco no fue un cuento para entretener, sino una catequesis viva. Nos recuerda que el Cielo es real y nos espera, y que nuestros sacrificios en la tierra tienen un sentido profundo.

Cada acto de pureza, cada penitencia, cada fidelidad en medio de la tentación, cada Rosario rezado, cada misa ofrecida… todo vale, porque todo nos prepara para esa plenitud.

El Cielo no es monotonía, es vida en abundancia, es gozo eterno, es Dios mismo.

Una invitación

Piense por un momento: ¿vale la pena perder el Cielo por los placeres fugaces de esta vida? ¿Qué son las riquezas, los honores o los gustos pasajeros comparados con una eternidad de gloria?

El mismo Don Bosco quería que sus jóvenes, al escuchar este relato, renovarán su propósito de santidad. Lo mismo podemos hacer hoy nosotros: vivir con la mirada puesta en la eternidad, sabiendo que fuimos creados para el Cielo.

Que este relato nos anime a caminar con decisión hacia la santidad, recordando que lo más importante en esta vida es salvar el alma… y alcanzar un día el Cielo.

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Jaime Londoño, Director
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